¿Dónde estamos?

Argentina está situada en el Cono Sur de Sudamérica, limita al norte con Bolivia, Paraguay y Brasil; al este con Brasil, Uruguay y el océano Atlántico; al sur con Chile y el océano Atlántico, y al oeste con Chile. El país ocupa la mayor parte de la porción meridional del continente sudamericano y tiene una forma aproximadamente triangular, con la base en el norte y el vértice en cabo Vírgenes, el punto suroriental más extremo del continente sudamericano. De norte a sur, Argentina tiene una longitud aproximada de 3.300 km, con una anchura máxima de unos 1.385 kilómetros.
Argentina engloba parte del territorio de Tierra del Fuego, que comprende la mitad oriental de la Isla Grande y una serie de islas adyacentes situadas al este, entre ellas la isla de los Estados. El país tiene una superficie de 2.780.400 km² contando las islas Malvinas, otras islas dispersas por el Atlántico sur y una parte de la Antártida. La costa argentina tiene 4.989 km de longitud. La capital y mayor ciudad es Buenos Aires

PAPA FRANCISCO

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El conflicto árabe-israelí en las Naciones Unidas


Resurrección de Chamberlain
Por Marcos Aguinis para| LA NACION
Enviado por Raúl Reuben Vaic desde Israel
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El cansancio mundial respecto al conflicto árabe-israelí empuja hacia una patética reproducción del error cometido por el primer ministro británico Neville Chamberlain para terminar de una santa vez con las amenazas de Hitler. Su política exterior se llamaba Appeasement (apaciguamiento) y consistía en el altruismo de ceder ante las exigencias de Alemania para consolidar la paz en el mundo. Tenía buenas intenciones, pero era ingenuo y estaba precariamente informado. En la Conferencia de Munich de 1938, aceptó que Alemania se anexara los Sudetes para poner punto a sus insistentes reclamaciones de "espacio vital". Regresó feliz, y exclamó que había logrado "una paz por cien años". En contra de lo que suponía, Hitler no se conformaba con los Sudetes. Se sintió enardecido tras la Conferencia e incrementó su agresividad. Quería "todo". Ocupó Austria, aumentó su persecución antisemita con la Kristalnacht e invadió Polonia.

El dramático Chamberlain pretendió corregir su equivocación favoreciendo la industria armamentística de su país. Ya fue inútil. Se había desencadenado la Segunda Guerra Mundial, no pudo impedir la destrucción de Polonia y fracasó al querer salvar Noruega de la invasión. Entonces asumió Winston Churchill, quien con mano firme y espíritu decidido habló con franqueza, sacó pecho a los verdaderos responsables de la matanza que se venía, "sin concesiones" inútiles.

Desde entonces, el nombre de Churchill pasó a la gloria y el de Chamberlain se ha convertido en el ridículo sinónimo de pretender la paz mientras se favorece a quienes desean la guerra.

Es lo que ahora está por ocurrir en las Naciones Unidas.

En efecto, el reconocimiento unilateral de un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967, sin negociaciones previas con Israel -tal como exigen los Acuerdos de Oslo-, sólo llevará a incrementar el conflicto. No habrá paz, sino más atentados, más sufrimiento, más horror. Después de 73 años asistiremos a la macabra resurrección de Chamberlain para llevar esa región, y quizá más allá, a un incremento del conflicto.

¿Por qué? Porque el Estado palestino ya fue proclamado dos veces, la última en noviembre de 1988. No se lo "creará" recién ahora, en la ONU. ¡Informarse, por favor! Asistí hace tiempo a la celebración de esta última independencia en la embajada de Palestina (regalada por Menem) en Buenos Aires. Los Acuerdos de Oslo habían producido un milagro y se trabajaba para disolver las diferencias con mutuas concesiones y responsabilidades. Pero la Autoridad Palestina liderada por Yasser Arafat tenía una estrategia secreta, inspirada en el ejemplo que en el siglo VIII protagonizó Mahoma: hacer la paz con los judíos y diez años más adelante liquidarlos. En efecto, en la Conferencia de Camp David organizada por el presidente Clinton se estaba llegando a un arreglo -gracias a las sucesivas concesiones de Israel- que satisfacía casi todas las exigencias palestinas. Pero Arafat se empeñaba en noes tan reiterativos que Clinton saltó de sus casillas. Ahora Clinton manifiesta que los palestinos cometieron en ese momento un error trágico y despreciaron su mejor oportunidad. Lo repitió hace poco en Buenos Aires, ¡informarse!

Entonces, pregunto: ¿cometieron un error o eran coherentes con su objetivo estratégico de liquidar, paso a paso, el Estado judío de Israel? Demostraron que no se desesperaban por la paz, ni siquiera se conformaban con obtener todo lo que exigían públicamente.

El primer ministro israelí, Ehud Barak, regresó de Camp David con la cara triste: había hecho el máximo de concesiones sin obtener la paz. El presidente palestino, en cambio, volvió feliz, repetía un insistente signo de la victoria (¿qué victoria?) y enseguida desencadenó la segunda Intifada, que contribuyó a encender más odio y arruinar las negociaciones casi terminadas. Abundan los documentos que expresan el desenfadado anhelo árabe de ocupar o destruir todo Israel mediante sucesivas amputaciones (Irán sueña hacerlo más rápido, con bombas atómicas). La propaganda en idioma árabe ha convertido a Israel en un país diabólico, culpable de todos los sufrimientos palestinos, árabes, islámicos y mundiales. Su aniquilamiento sería una bendición, afirman. Semejante locura, claro está, fue creciendo gracias a la indiferencia o complicidad de muchas naciones.

Ahora avanza la resurrección de Chamberlain.

Se quiere una paz rápida. A toda costa. Y esto -suponen equivocados- sólo se lograría entregándoles en bandeja a los palestinos lo que "dicen" pretender (no lo que en realidad quieren). En otras palabras, regalar los Sudetes encarnados en las ficticias "fronteras de 1967", fronteras que nunca -¡nunca!- existieron de verdad, sino que fueron las precarias y provisorias líneas de armisticio establecidas por el alto al fuego en la guerra de1948/9 desencadenada por seis Estados árabes. Esas líneas no separaban a Israel de los palestinos, sino de Egipto y de Jordania, que se apoderaron de Judea, Samaria y Gaza, a las que no pensaron convertir en otro Estado. Jordania cambió su original nombre de Transjordania para quedarse con Cisjordania. Esta ocupación, donde estaba el presunto pueblo árabe-palestino, no fue criticada por nadie. En realidad, aún no había un pueblo estrictamente árabe-palestino; los palestinos eran más bien los judíos que se alzaban contra el dominio colonial británico y volvieron a darle vida al país.

Casi dos décadas más adelante, cuando Israel tuvo que defenderse del zarpazo mortal que habían planeado Egipto, Siria y Jordania mediante la llamada Guerra de los Seis Días (año 1967) no quitó la Cisjordania, Jerusalén oriental y Gaza a los palestinos, sino a sus anteriores fuerzas de ocupación.

El Estado judío de Israel acepta crear ahí un Estado árabe-palestino, pero con cambios en los límites según la actual demografía, para que las tierras donde habitan judíos sean canjeadas por tierras que ahora pertenecen a Israel y son habitadas por árabes. De esta forma, se acabaría con el estribillo de la "ocupación" de unos y de otros. ¿Eso está mal?

¿Por qué la Autoridad Palestina se opone a ese ofrecimiento y sigue machacando con las anticuadas y falsas "fronteras de 1967"? Para que Israel tenga que arrancar por la fuerza a los ciudadanos que han construido sus viviendas y viveros más allá de esas líneas; son unas 700.000 personas. Si Israel lo intentara, se desencadenaría una guerra civil. Pero si no lo hace, el Estado palestino reconocido por las Naciones Unidas tendrá el derecho legal de mandar lluvias de misiles a Israel porque estaría ocupando un territorio extranjero. No necesitará negociaciones y no habrá paz.

Por otra parte, el drama de los refugiados palestinos (que no se resolvió en más de seis décadas por la decisión árabe de mantenerlos segregados y en la miseria para exhibirlos como víctimas de la maldad israelí) volverá a ser puesto a la cabeza de sus exigencias. No para que se instalen y prosperen en un flamante Estado palestino, sino para que se amontonen en Israel. Suponiendo que eso ocurra, Israel debería retroceder más aún, hasta las fronteras dibujadas en 1947. O convertirse en otro Estado árabe, aunque mantenga el nombre de Israel.

Los gobiernos (como el nuestro) que se ilusionan ingenuamente con ayudar al appeasement mediante el reconocimiento unilateral, sin negociaciones previas, serán sorprendidos por la Tercera Intifada. Ahmad Abu Ruteima lo expresó sin rodeos: "Nuestra lucha es contra la existencia misma de Israel, no sobre las fronteras de 1967". En los niveles superiores de Al-Fatah, partido que sostiene a la Autoridad Palestina, ya se discute si no conviene la renuncia del presidente Mahmoud Abbas (considerado blando) y romper los Acuerdos de Oslo.

Quienes no pongan freno a estos planes, enceguecidos por la equivocada solidaridad con un liderazgo belicoso e insaciable que ahora tiene el respaldo explícito de organizaciones terroristas como Hezbollah y Hamas, serán despreciados por haber resucitado al bufonesco Chamberlain. Y haber empujado la región a una horrible matanza. Yo sigo prefiriendo a Churchill.